¡Ponte las gríngolas!


Desde niños en el colegio, al jactarnos con el famoso "lero lerooo yo tengo más metras que túúúúú", sale a flote nuestro instinto competitivo. Hoy me río de mí mismo al recordar las veces que lloraba porque a una niña le colgaban una medalla por excelentes calificaciones y a mí no, o cuando inocentemente le arruiné el bautizo a mi hermanito menor gritándole al cura que yo también quería que me ungiera la frente con agua bendita.

El morbo de la competencia ha estado presente durante toda la historia humana: Cada uno de nosotros logra nacer porque fue el espermatozoide más rápido. En el mismísimo comienzo del Homo Sapiens, una era primitiva en la cual la necesidad esencial era sobrevivir, lo lograba el más hábil para cazar la presa, carrera que hasta nuestros días es cotidiana entre el resto de las especies (aunque en el caso del Homo Venezolanus, la escasez y los controles nos están retrocediendo hacia esa primitividad). Una vez desarrollada nuestra capacidad para satisfacer la necesidad del alimento, y a medida que subimos más peldaños en la Pirámide de Maslow, la necesidad del ego y el reconocimiento social crea otro tipo de rivalidades. Desde Abel y Caín, hasta Adidas y Puma. Desde tirios y troyanos, hasta Real Madrid y Barcelona.

Sobran quienes piensan que estos piques son los que le ponen picantico a la vida, pues sin ellos nos aburriríamos. Que uno siempre sea el de la hegemonía no solo fastidia, sino que aparte no le da cabida al justo derecho de los demás a crecer. No obstante, al adquirir ribetes de odio y guerra, las más encarnizadas competencias suelen revelar debilidades estructurales (miedos, envidias, perversiones, baja autoestima) de uno de los contendores.

La Unión Soviética sucumbió ante los Estados Unidos, porque un pueblo reprimido con una economía severamente controlada por el "todopoderoso" Estado, jamás podría equipararse al lado de una potencia que tiene toda la libertad, la autoconfianza y las ganas de salir a comerse el mundo (y ojo, que en muchas cosas no comulgo con los gringos). La relajación de la Perestroika mostró a los soviéticos que había un horizonte muchísimo más amplio que el que podían mirar desde sus derruídas ventanas, y este es el lado positivo de aquella frase de Jorge Luis Borges: "Elige bien a tus enemigos, porque tarde o temprano acabarás pareciéndote a ellos".

Ahora bien, mientras más quieras parecerte a tus "enemigos", más evidente será la carencia de una historia propia, de una fortaleza, de una personalidad que patente tu marca en la humanidad. Mira –por ejemplo– el mercado de la tecnología durante los últimos 20 años: La primera mitad fue Apple vs. Microsoft, la mitad actual es Apple vs. Samsung. ¿Por qué en ambas pugnas uno de los bandos se mantuvo invariable? Mientras Microsoft en su momento y Samsung en el suyo se han obsesionado con exhibir una imagen de superioridad, Apple ni pendiente, solo se ha concentrado en forjar su propio camino, haciendo que el resto no tenga otro remedio que limitarse a emularlo.

Dejar de mirar lo que hacen o lo que logran otros, no es desconectarte de "la onda". Si todo tu tiempo se va en "estudiar las tendencias actuales", nunca podrás construir tu propia tendencia. Cosa distinta es no quedarte en el aparato, y aprovechar las nuevas herramientas que vayan saliendo (dispositivos, aplicaciones, redes sociales, medios, tácticas), no para usarlas como las usan todos, sino para que les crees e impongas usos innovadores.

Personalmente me sucedió cuando iba empezando con esto de los Talleres #DateAValer. Veía qué estaban haciendo los demás que no estaba haciendo yo, o porqué los medios más importantes los cubrían a ellos y no a mí. Lo peor que puedes hacer es envidiar que tus similares tengan un público más chic o seguidores más trendy, pues así estás despreciando vilmente el incalculable valor de tu propio público.

Siempre habrá quien le guste tu producto o servicio. ¡Siempre! Y esos seguidores merecen respeto. Si para ellos tu marca es lo máximo, para ti ellos deben ser lo máximo también. Mi público es el mejor del universo, solo por el simple hecho de que es mío y me sigue a mí, que soy la mejor marca del universo. Hoy que mi mentalidad es otra, ya ni me molesto en stalkear otros talleres. Empieza prohibiéndotelo terminantemente; ya después tu propio avance te tendrá tan ocupado que los demás ni existirán para ti.

El planeta está habitado por más de 6 mil millones de personas, 6 mil millones de almas, 6 mil millones de cabezas, 6 mil millones de planetas diferentes. La mayoria de esos planetas no son ni serán compatibles con el tuyo. Enfócate en ser una muy bonita parte de aquellos con quienes compartas valores, sentimientos, aptitudes y actitudes. Deslástrate de esas pesadas y tontas envidias, y verás como el caballo de tu marca volará hacia la gloria, sin que nada ni nadie pueda frenarlo. ¡Date a Valer!

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