Construir desde cero, con Trabajo y Amor



Esta reciente Nochevieja, estrenamos entre mi núcleo familiar original (padres, hermanos, tíos, primos) una actividad que esperamos convertir en tradición, y que considero muchísimo más productiva que las cábalas de sacar una maleta, usar ropa interior amarilla o comer lentejas. La de pedir los doce deseos con las uvas sí la practicamos por ser una hermosa y sagrada herencia española que nos dejó nuestra Tatá María, ausente de estos momentos desde 2003.

Y fue precisamente en su nombre y bajo su recuerdo que, poco después de la medianoche que marcó el inicio del 2016, nos sentamos en un círculo, y cada uno tuvo un derecho de palabra para agradecer a Dios por lo vivido el año anterior, así como reflexionar sobre sus errores u omisiones, y definir sus metas en aras de mejorar lo que no marchó bien, o innovar para que lo bueno marche aún mejor. Quien incluyó a mi abuela materna en su mensaje fue mi papá, que luego de enumerar sus virtudes como ejemplo de hogar pidió el aplauso de los presentes.

María Durán Ledesma, nacida en una pequeña comarca llamada Sanchidrián (provincia de Ávila, comunidad de Castilla y León), huyó de una España arruinada y destruida por la guerra hace casi 7 décadas, con dos niñas todavía pequeñas: Mi tía Pilar y mi mamá Isabel. Luego que las fuertes mareas del Atlántico casi abatieran el barco, logró pisar tierra firme venezolana en Puerto Cabello. Al encontrarse con mi abuelo Mariano, se establece en una zona de Caracas llamada Pagüita, subiendo hacia Catia, pocos metros detrás del Palacio de Miraflores, donde dio a luz a mis otros dos tíos varones, Juan y Mariano. La banda de Casa Militar tocando el Himno era lo que despertaba cada mañana a mi mamá, y fue esa melodía la que le cultivó el amor por su patria de adopción. Buscando nuevos horizontes hacia occidente, y la brisa marina que mejorara la respiración de mi mamá, pasaron un tiempo en Puerto Cumarebo y luego en Punto Fijo. Allí abuelo estableció un restaurant y una mueblería, pero una vez alcanzada la bonanza, el abusar del alcohol y las mujeres fáciles lo condenaron a regresar a España, donde moriría solo, pobre y enfermo.

Otra vez pasando calamidades al lado de sus hijos, Tatá María llegó al Zulia. En Tasajeras, plena zona petrolera de la costa oriental del lago, construyó con sus propias manos una casa de cartón con piso de tierra. Le quedó tan bonita y tan derechita, que quienes pasaban por la carretera hacían apuestas sobre si era de cartón o de bloques. Finalmente decidió sembrarse en el sur de Maracaibo, en el sector Sierra Maestra, el cual ayudó a urbanizar con cuanta casa pudo construir y vender, y donde crecimos mis dos hermanos y yo. También montó una bodeguita, bordó ropa, y bajo el inclemente sol salía con mi mamá de puerta en puerta a ofrecer cortes de cabello, manicures y pedicures. De allí sacó mi mamá su vena comerciante, que ejerce vendiendo ropa en su auto desde 1990, luego de haber laborado en grandes cadenas como Victoria, Fin de Siglo y Maxy's. Podrán llamarla despectivamente "turca", pero su emprendimiento le ha dado la suficiente prosperidad para estrenar 3 viviendas y 4 vehículos, todo el tiempo que la economía del país se lo permitió.

Tatá María era la que hacía las hallacas cada diciembre (nosotros por supuesto la ayudábamos y aprendimos). Nunca tuvo educación formal, en la España rural los hombres eran para trabajar en el campo y las mujeres para trabajar en la casa, la educación era para la gente de la ciudad; sin embargo ella aprendió sola a leer y escribir, y su lectura predilecta eran las Selecciones del Reader's Digest. Con lo poco que sabía y su baja estatura, pero sobre todo con su trabajo y su amor, levantó una descendencia que hoy orgullosos conformamos 4 hijos, 10 nietos, 17 bisnietos y 4 tataranietos.

Quise compartir contigo esta historia, porque sé muy bien que (a diferencia de los años anteriores que los comenzábamos con el temor de perder más de lo que ya habíamos perdido), el colapso económico que se ve venir hace que comencemos este 2016 con el pánico de terminar de perderlo todo. Mi generación criada en una Venezuela con problemas y vicios pero fecunda en posibilidades, nunca imaginó encontrarse con el reto de construir desde cero. No quiero decirte con esto que este año será el peor de todos, por favor no lo interpretes así. Más bien yo diría que es la maravillosa oportunidad para purificarnos como sociedad, y renacer con una fuerte cultura.

No te puedo negar que me preocupa que productos como un refresco de 2 litros, que aún a mediados del último diciembre se podían comprar a 305 bolívares, estos primeros días de enero se consigan a 450 bolívares, en medio de una sórdida escasez comparable (incluso peor) con la que vivimos durante el paro petrolero 2002-2003. Y no me preocupa por el refresco en sí, sino porque la hiperinflación es signo de una economía que pretende facturar casi lo mismo que antes produciendo cada vez menos, muy contrario al libre juego de la oferta y la demanda.

Me preocupó sobremanera que el 24 y 31 de diciembre a la 1 de la tarde, ya casi todos los comercios tenían las santamarías abajo, habiendo aún en la calle una nada despreciable necesidad de bienes y servicios, entre ellos algunos tan esenciales como surtir de gasolina los vehículos o sacar dinero de un cajero automático. La lógica destructiva del neocomunismo caribeño, patentada en una Ley del "Trabajo" y en una Ley de "Precios Justos" (entre otros nefastos instrumentos y políticas), ha infiltrado con toda saña en nuestro ADN la anticultura de la vagancia, justificándola irresponsablemente desde el odio de clases, la envidia y el resentimiento, que persiguen atacar al que tiene en lugar de asumir y corregir los errores que originan el porqué no se tiene, y hacer creer a una incauta masa popular merecedora de una "justicia social" que no se ha labrado decentemente con el sudor de su frente.

Alguien dijo en muy mala hora que "ser rico es malo". ¡Malo es pasar penurias! Entre las frases que atesoro de Tatá María, una que recuerdo en especial decía: "Existe una noble ambición: Tener más para vivir mejor". Deploro el conformismo de aquellas empresas de servicio al público o consumo masivo que dan casi un mes de vacaciones colectivas, o de aquellas que trabajaron hasta el mediodía del 24 y el 31, sin abrir 25 ni 1, considerando que ya habían facturado lo suficiente. Gracias a Dios, mi último diciembre fue totalmente distinto a cualquier diciembre anterior, que siempre acostumbraba ser mi mes de más baja actividad comercial: No dejé de trabajar ni un solo día, e incluso las dos últimas semanas atendí reuniones con clientes nuevos y potenciales.

Y es que tener más no es pecado, ni perversión, ni vanidad ni avaricia. Querer tener más aunque ya se tenga mucho, es asegurarnos de que nuestro patrimonio siempre esté fresco y creciendo, alejándolo de cualquier riesgo de declive. Es aquí donde pienso que uno de los pasos que tendremos que dar para renacer puros y fuertes, es despojarnos de esa vieja venezolanidad y comenzar a hacer benchmarking* con la mística de trabajo y la perseverancia de los europeos, turcos y judíos.

Este 2016 podremos quedarnos sin nada. Podrán retrocedernos a la edad de piedra (que en muchos aspectos ya estamos allí). Podrá quedar el país completamente arrasado. Pero somos dueños de dos semillas inconfiscables, dos primeros bloques con los que podemos –debemos– emprender este construir desde cero, como más de una vez le tocó a mi abuela. La primera es el Trabajo, como máxima manifestación de nuestros talentos, conocimientos, ideas, pasiones y experiencias. La segunda –y la más importante– es el Amor, como cúspide de nuestros valores, sentimientos, propósitos, intenciones y esencia.

¿Por qué pongo el Amor como la más importante? Creo que entre nuestros valores, uno de los que más se está echando de menos es el de la excelencia. He visto empresas de larga trayectoria y con gente muy talentosa haciendo las cosas casi que por hacerlas, sin cuidar los más mínimos detalles, sin cumplir estándares, y sobre supuestos que resultan irrelevantes ante esta situación país como por ejemplo "esto es lo que el cliente está pagando, si quiere algo mejor que pague más", o "el cliente es pana, nos tenemos confianza y no importa cómo le entreguemos la cuestión", o "el cliente ya sabe lo que le estamos vendiendo, no hace falta que nos desgastemos explicándole como si fuese un niño". La calidad y el buen servicio parecen parte de la melancólica evocación de cuando "éramos felices y no lo sabíamos".

Si la consigna que motivará nuestra productividad en la nueva Venezuela es "Tengo mucho dinero y quiero tener mucho más", la base que nos permita alcanzar esa consigna debe ser "Le pongo mucho amor a lo que hago, y quiero ponerle muchísimo más". Que nunca nada sea suficiente. Que nunca nos conformemos. Que nunca demos nada por hecho, ni por cierto, ni por seguro. Que para recibir más y mejor, siempre estemos dispuestos a DAR más y mejor.

Lo que nace desde la energía del Amor, lo que se mueve guiado bajo la energía del Amor, no tiene otro destino que no sea el éxito, la grandeza y la gloria. Fue la palabra con la que me comí todas mis doce uvas, es mi palabra clave para este 2016, y es la palabra con la que más recuerdo a mi Tatá María. ¡Dios y la Virgen bendicen con AMOR a Venezuela!

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Benchmarking: Acción de analizar las virtudes de otras marcas, no para copiarlas, sino para adaptarlas a las particularidades de nuestra marca, buscando aplicarlas de forma diferente o mejor.

Comentarios

  1. No podía esperar menos de ti, excelente post. Toda esta hermosa historia me hace recordar a la frase "Querer es poder" ...Amo todas tus publicaciones me trasmiten mucha vibra positiva y esmero.Bendiciones, Jirado, Tu admiradora fiel.

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