No lo llame "ruina", llámelo "desenfoque"



Confieso que si no hubiese sido publicista, me hubiese encantado estudiar Arquitectura (le huí por los números y por sus costos). Para ser aún más sincero, más de la mitad de mis ocasionales ratos de procrastinación se me van metido en los foros locales de SkyscraperCity y curucuteando la interesante cuenta Instagram del colectivo estudiantil Intro Maracaibo. Mucho más allá de la frontera digital, cada vez que recorro mi ciudad entre una y otra diligencia, mi imaginación se pone a jugar con cuanto terreno abandonado o edificación inconclusa me topo: ¿Y si hubiesen terminado esta ultramoderna obra? ¿Qué proyecto ambicioso puede salir aquí? ¿Podemos competir con Caracas (o ser una alter-Caracas sin Ávila, calurosa a orillas de un lago) imitando su Parque Central, su Teatro Teresa Carreño, su autopista Francisco Fajardo con tremendos distribuidores, sus parques Miranda y Los Caobos?

Para cualquier maracucho que sueña grande y bonito, el choque con la realidad suele ser bien feo, cuando transita por lo que alguna vez podría llegar a ser el Aula Magna de LUZ (tenía la ilusión de recibir mi título allí, ya voy a cumplir 9 años de graduado), o por el cementerio de comercios en lo que hoy está convertida la avenida 5 de Julio (que por allá en los 1980's algunos bautizaron "el Wall Street de Maracaibo", sin nada que envidiarle a la caraqueña Francisco de Miranda).

Sería más fácil decir que Maracaibo es el espejo de la ruina de un país, y que la espantosa crisis ha hecho de nuestra ciudad la escenografía perfecta para la próxima temporada de The Walking Dead o La Tierra después de los Humanos. Que en vez de lograr imitar a Caracas somos el clon de La Habana o Bagdad. Pero desde mi perspectiva del Branding considero que la verdadera causa es otra.

En tiempos de vacas gordas, todos quieren montar negocios, todos quieren abrir extravagantes locales, todos quieren triunfar con conceptos halados de los cabellos, todos quieren cumplir sus fantasías. Una billetera y una chequera rebosante de plata nunca resiente la falta de propósito, la carencia de un olfato y un oído capaces de detectar una necesidad especial del mercado para traducirla en la oportunidad de un negocio sostenible, rentable, con un sentido serio de trascendencia, y en constante innovación.

El edificio más alto de Maracaibo* apenas alcanza los 30 pisos; sin embargo esta ciudad ha atestiguado desplomes tan monumentales como el de las Torres Gemelas de Nueva York: El Banco de Maracaibo, primer banco comercial fundado en Venezuela, contaba con unos "robustos" 112 años cuando el crack del sistema financiero nacional en 1994 se lo llevó por delante. Banco Hipotecario del Zulia, Banco Popular, Banco Comercial de Maracaibo, El Porvenir Entidad de Ahorro y Préstamo, Caja Popular Falcón-Zulia, Seguros Maracaibo, Ilapeca, Fin de Siglo, Comercial Chichilo, Supermercados Victoria, L.Urdaneta, Hotel Granada, Club Granja Alegría, Club Alianza, Champions, Molko, y así puedo pasar esta columna nombrando infinidad de ejemplos, vestigios no de una bonanza que hoy evocamos con amarga melancolía, sino de la inexistencia de una cultura íntegra e integral de Marca, un espíritu que sea nuestra inspiración cada mañana que levantemos las santamarías, y un muro de contención que frene el descarrilamiento de alguna mala cabeza gerencial. El Zulia siempre ha sido una región de pomposas empresas con rimbombantes nombres, no obstante muy escasísimas veces de sólidas Marcas.

El modesto aporte que vengo haciéndole a mi terruño natal desde mi trinchera llamada Date a Valer, es precisamente el de crear esa cultura de Marca que tanto necesitamos aunque muchos aún no estén conscientes de ello. Porque mi sueño como maracaibero y como consultor de Branding es que algún día dejemos de ser la ciudad de los fracasos, de los proyectos que nunca ven luz, de los "elefantes blancos" y las "cenicientas", de los viaductos abruptamente cortados en el aire como el del Metro en la Estación Libertador o el enlace este del Distribuidor Delicias, de los despegues espectaculares que acaban en desastrosas estrelladas como la tragedia aérea de La Trinidad en 1969, de los monumentos desechables como el museo Ciudad de Dios o el Paseo de La Chinita (hechos de latones, resinas y fibra de vidrio poco durables bajo nuestro clima).

Los zulianos somos gente infinitamente talentosa y nunca nos cansamos de demostrar que sí podemos cambiar el mundo con ese talento; mas si le añadimos lo mismo que aquella Gaita de las Hormigas ("trabajo, constancia, disciplina y dedicación") dejando el exceso de procrastinación que nos desconcentra de nuestro auténtico norte, muchos de los utópicos dibujos de mi estimado Enrique Bravo cobrarán vida, y seremos entonces la ciudad de los éxitos, de los proyectos felizmente cristalizados, de la grandeza palpable por dentro y por fuera, de la prosperidad coherente con los valores, de las realidades concretas y perdurables.



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* Residencias Angelini, frente al Hotel Venetur en la avenida El Milagro.

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