Entre Ganar y Ganar


Uno de los principios de las relaciones humanas es la negociación. Que tú tengas algo que a mí me interesa y que a la vez yo tenga algo que tú necesitas, nos dota a ambos de un poder estratégicamente equilibrado. Es algo que responde a nuestra naturaleza social, enriqueciéndola además con los valores de la complementariedad, la solidaridad, el compromiso y el respeto mutuo.

Al entender que no somos entidades aisladas unas de otras, sino que conformamos micronubes llamadas “ciudades”, que al mismo tiempo integran macronubes denominadas “países”, hasta construir todos unidos esa meganube que conocemos como “humanidad”, los recelos y las mezquindades individualistas acaban inexorablemente en el cesto de la basura. Es aquí donde recuerdo una bellísima sentencia de una emprendedora de mi tierra, María Elisa Caraballo, cuando nos dijo: “Hemos pasado toda la vida intentando crecer más que los demás. Es tiempo de que aprendamos a crecer juntos”.

Y siempre lo entendemos tarde, ya con el agua (las consecuencias de nuestras perversiones u omisiones) al cuello. Al caer en cuenta que, en estados de conmoción al borde del colapso como hoy por desgracia se encuentra nuestra Venezuela, todos andamos en las mismas: Sobreviviendo. La sociedad británica tuvo que haber aprendido del naufragio del Titanic, que el clasismo, la prepotencia y la falta de escrúpulos con los que se mostraba ante el mundo, no le servirían de nada para prosperar.

Todas las marcas, de cualquier tipo y tamaño, podemos hacer buenas ligas para ayudar a hacer de nuestras “nubes” el paraíso soñado. Y no me refiero precisamente a la responsabilidad social empresarial como instrumento de compasiva benevolencia. Hablo de nuestras razones de ser, nuestros espíritus, nuestros propósitos, nuestras acciones y palabras cotidianas. Tan solo desde nuestros multidiversos talentos, profesiones, vocaciones y visiones, desde nuestras benditas particularidades, desde nuestras diferentes formas de analizar y resolver problemas, ya somos más que invencibles.

Las marcas que se hacen aliadas de otras conocen ese infinito poder, y no escatiman en utilizarlo para beneficio común y provecho propio. El éxito de las alianzas radica en que las marcas que participen en ellas deben ser compatibles en intenciones y valores. Las alianzas duraderas a largo plazo se cuidan igual que a una planta: Ni negarle agua para que no se seque, ni regarla demasiado para que no se ahogue. Esto se traduce a no pedirle a tus aliados más de lo que les das, ni menos de lo que esos aliados obtienen de ti.

La misma dinámica del mercado (y del mundo actual), está dejando atrás aquellos rígidos formalismos de cartas y contratos. Cuando una marca te impone que le envíes una solicitud para evaluar si te acepta o no como aliado, ya te está viendo por debajo de su altura. La velocidad con la que se tejen nuevas alianzas –sobre todo entre los emprendedores–, es directamente proporcional a qué tan astutos somos detectando oportunidades. Es un proceso orgánico y espontáneo, como las parejas cuando se van enamorando. Es simple y llano, como las relaciones humanas fuera de las adustas oficinas y las protocolares salas de juntas.

Mi propósito es derrotar el predominio de ese modelo corporativista, para hacer un mundo donde todos tengamos el mismo chance de ser grandes sin dejar de ser humanos. Si coincides conmigo, aliémonos. ¡Date a Valer!


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